Es bien sabido que la mayoría de los occidentales ingieren demasiadas grasas y tienen que disminuir su consumo de determinadas grasas saturadas y de grasas trans, pero además, no consumen dosis adecuadas de ácidos grasos omega 3.
Visión profesional
El Dr. Lauren Bramley ofrece una visión profesional en la comprensión de la gran cantidad de beneficios que este tipo de grasas, encontradas sobretodo en el pescado azul, algunas nueces y semillas, pueden aportar a nuestra salud. La mayor parte de las personas conocen los efectos beneficiosos producidos por los ácidos grasos omega 3 con respecto a las enfermedades cardiovasculares y los ataques al corazón.
¿Cómo actuan?
Estos ácidos grasos son esenciales para conseguir alejar las enfermedades y los problemas cardiacos porque reducen el nivel de LDL o “colesterol malo”, fluidifican la sangre, controlan la presión sanguínea y estabilizan el ritmo cardiaco.
El nexo entre ácidos grasos omega-3 y las enfermedades cardiovasculares es más evidente en las poblaciones de esquimales y japoneses que son los mayores consumidores de pescado del mundo, en particular de pescados procedentes de mares fríos y profundos. La mayoría de las personas ignoran los beneficios producidos por los omega-3 respecto a muchas enfermedades, tanto físicas como comportamentales.
Los ácidos grasos omega 3 son esenciales para la salud y hace tiempo se conocían como “vitamina F”. Algunos ácidos grasos omega-6 son esenciales pero son mucho más comunes pudiéndose encontrar en las grasas animales, en los aceites de cocina como la margarina y el aceite de soja o el de maíz.
Para que nuestro organismo funcione de forma óptima es imprescindible que el ratio omega-3/omega-6 sea el adecuado. Históricamente la dieta del ser humano era mucho más rica en omega-3 porque al estar presente en las algas entraban en la cadena alimentaria desde su base y llegaban, a través de los alimentos, al ser humano.
Historia
Muchos investigadores piensan que este cambio ha contribuido de forma importante al aumento de enfermedades cardiacas, obesidad, diabetes, resistencia insulínica, depresión, ansiedad, déficit atencional, merma de la capacidad visual, osteoporosis, esterilidad, asma, y cáncer de piel.
Estas grasas son precursoras de muchas hormonas, una cantidad menor de la que se necesita perjudicaría por lo tanto la producción normal de hormonas tiroideas, sexuales y cerebrales (por ejemplo la serotonina). Todo esto produce un enlentecimiento del metabolismo, un aumento del peso y una disminución del bienestar y del buen humor.